Imagina que eres un guitarrista de música clásica.
Te ofrecen tocar en el Real Conservatorio Superior de Música de Madrid. Un sueño hecho realidad para cualquier músico.
Y no en un día cualquiera: el 12 de Octubre, Día de la Hispanidad, una fecha histórica que conmemora el encuentro entre España y América tras la llegada de Cristóbal Colón en 1492.
El conservatorio está situado junto al Museo Reina Sofía, en un edificio que parece sacado de otra época, fundado por la reina María Cristina en 1830.
Un lugar majestuoso, con paredes revestidas de paneles de madera, frescos que decoran el techo, y candelabros que iluminan la sala como si se tratara de un cuento.
Llega el gran día. Todo está listo. El público se acomoda en sus asientos mientras la suave iluminación crea un ambiente íntimo y mágico.
La acústica es excepcional; cada nota resuena como si la sala misma quisiera ser parte del concierto. Comienza la actuación.
De repente, algo empieza a romper la armonía. Un barullo se cuela desde fuera. Intentas concentrarte, pero el ruido va en aumento.
Se escucha un megáfono, luego un bombo, y finalmente silbatos que arruinan cualquier intento de conexión entre tu música y el público.
Alguien se levanta desde el fondo de la sala para cerrar la puerta, intentando sofocar el ruido exterior. Pero es inútil.
El público empieza a incomodarse, y tú haces lo posible por tocar más fuerte, tratando de eclipsar ese caos externo. Sin embargo, el estruendo no cesa.
Llegas al descanso con la frustración contenida. Preguntas qué está ocurriendo, y alguien te explica que es una manifestación en la plaza.
Personas de América Latina se están concentrando para protestar contra el colonialismo. El ruido, te dicen, va para largo.
Menuda faena. Te preparaste durante meses para este concierto. Ensayaste horas y horas para que todo saliera perfecto, invitaste a tus seres queridos para que vivieran contigo este día tan especial, y ahora… todo se ve empañado por una protesta inesperada en la puerta.
A veces, no importa cuánto planees algo; la vida siempre encuentra la manera de sorprenderte.
Y ahí estás tú, enfrentándote a esta ironía del destino, intentando que tu música, a pesar de todo, siga brillando.
Mira.
Esto que te voy a contar puede que te interese:
Por mucho que te prepares, por muchas horas que le dediques, por mucho empeño y ganas que pongas, a veces las cosas no salen como esperabas.
Puedes intentar controlar hasta el más mínimo detalle, pero hay ocasiones en las que, pese a todo tu esfuerzo, las cosas pueden salir mal. Peor. O muy mal.
¿Quién le iba a decir al guitarrista que una manifestación en contra de lo que celebraba arruinaría su concierto? ¿Crees que, de haberlo sabido, habría dedicado tantas horas de estudio? Te aseguro que no.
¿Cuántas veces has intentado tener todo bajo control y, al final, lo más insignificante lo cambia todo? No te ha pasado que estrenas zapatos nuevos, vas con cuidado para no mancharlos, y justo alguien en el metro se frena de golpe y te los pisa?
O ese día que llevas un pantalón blanco y comes con todo el cuidado del mundo para no mancharlo, pero cuando el camarero recoge los cubiertos, se le cae uno y te lo mancha directamente.
A veces, por mucho que planeemos, la vida tiene otros planes.
O te preparas a fondo para la entrevista en la empresa de tus sueños, con toda la ilusión y esfuerzo del mundo, pero resulta que al final te hacen una entrevista imposible. Todo porque ya tienen a un enchufado y solo necesitan justificar que no pasas.
Te frustras, te cabreas, y acabas maldiciendo a todo el que puedes. Qué injusta es la vida. Por qué siempre a mí. Por qué siempre me pasan las peores cosas. Y entras en ese bucle de quejas y «bla, bla, bla.»
Una vez puede pasar. Es comprensible. Pero cuando ya son varias, y en situaciones distintas, de verdad que cansa. Se te quitan las ganas de hacer cualquier cosa. Te desmotiva, te apaga, y te vuelves una persona apática y gruñona.
Y lo peor de todo: esa actitud genera rechazo. Te aisla. Hace que la gente se aleje de ti. Y eso, sin duda, es lo más triste que puede ocurrir.
Si sientes que la vida es injusta;
Si sientes que el mundo está en tu contra;
Si sientes que estas situaciones van a seguir ocurriendo a lo largo de tu vida;
Lo que tienes que hacer es cambiar tu forma de pensar.
Porque hasta que no lo cambies, tu mundo no cambiará.
¿Cómo aprender a lidiar con la ansiedad sobre el futuro y verlo como un espacio de posibilidades en lugar de un abismo de preocupaciones?
Tu libro aquí:
El distraído tropezó con ella.
El violento la utilizó como proyectil.
El emprendedor construyó con ella.
El campesino, cansado, la utilizó de asiento.
Para los niños, fue un juguete.
David, mató a Goliat, y Miguel Ángel, le sacó la más bella escultura.
En todos estos casos, la diferencia no estuvo en la piedra, sino en la persona.